ELEGÍA POLICIAL
Oh...
Policía
Nacional,
eres
parte de mi vida,
por
ti mantengo la llama encendida,
del
juramento que un día pronuncié,
cuando
joven egresé.
Oh...
Policía
Nacional,
los
años se van marchado
cual
sentimiento fúnebre dejado
por
el haber injusto.
Oh...
Policía
Nacional,
en
tus aulas me formaste
en
las calles me puliste
y
en tus filas me acariciaste.
Oh...
Policía
Nacional,
quién
de ti puede olvidarse;
ni
el rico, ni el pobre,
si
tú les proteges día y noche.
Oh...
Policía
Nacional,
con
los escasos recursos que tienes,
la
historia en sus páginas te registra
como
el campeón,
de
la lucha contra el crimen.
Oh...
Policía
Nacional,
eres
infatigable en tu labor,
tu
esposa te espera,
tus
hijos te extrañan,
ellos,
dormirán pensando en ti
y
tú, durante tu vigilia pensarás en ellos
mientras
cuidas a tu prójimo.
Oh...
Policía
Nacional,
cuna
de Mariano Santos,
de
Caballeros de la ley,
el
regresar vivo o muerto,
nunca
lo sabrán.
Oh...
Policía
Nacional,
cuando
la bala enemiga,
nos
arrebate tu presencia,
jamás
estarás ausente.
Oh...
Policía
Nacional,
cómo
olvidarme,
de
aquellos que en vida estuvieron,
de
aquellos que a mi pueblo dieron,
lo
más sagrado de su existencia... la vida,
dejando
en abandono a esposa e hijos,
GUARDIÁN DE LOS CAMINOS
que
con mucha cautela voy vigilando,
por
la costa, sierra y selva,
entre
el calor, el frío y la lluvia.
A
bordo de mi patrullero, voy patrullando,
las
alturas, curvas y abismos, no me desalientan,
sólo
quiero que mi prójimo viaje seguro,
aunque
las amanecidas me consuman
y
las inclemencias del tiempo me hagan suspirar.
Tristes
historias, suceden en mi servicio;
auxilio
a mi prójimo al hospital,
lo
acompaño a la iglesia,
lo
detengo y custodio a la cárcel,
triste
camino tras él al cementerio.
Pero
aún, un largo servicio me espera,
por
los caminos del Perú,
ruego
a Dios y a mi Patrona,
no
permita que mi uniforme verdecito,
vuelva
a casa color rojito.
HACE
VEINTE AÑOS.
en
el mes de mayo,
como
hoy;
jurando
por Dios, Mi Patria y La Ley,
de
Policía egresé.
He
combatido la maldad humana;
en
estos veinte años de servicio,
capturando
a rateros y asaltantes,
a
terroristas y narcotraficantes.
Por
la costa, sierra y selva, he trabajado;
cual
Quijote y Sancho Panza,
rogando
a Dios y a mi Santa Patrona,
que
mi uniforme color verdecito,
no
llegue a casa color rojito.
Y
hoy, a los veinte años,
al
reunirme con mis promociones,
pasar
lista decidimos
y
por los hermanos caídos,
orar
siempre prometimos.
Avanzarán
los años de mi servicio policial,
y
yo seguiré protegiendo mi sociedad,
alejándome fúnebremente
de mi familia
y
soñando, soñando,
en
el aumento...
CUENTOS
POLICIALES:
UN DÍA MALDITO
Un
día antes, habíamos salido a pasear, como en criollo se dice a
jironear. Se le veía feliz, nos invitó: helados, pollo a la brasa y
gaseosa. Siempre hablaba de volver a su tierra natal.
Mañana
vamos de comisión promoción, me dijo. A lo cual le contesté, como
alguien que guarda en el fondo de su ser una pregunta que no desea
hacerla, por mas necesitado que este su saber y solo atiné a
contestarle. ¡¡Sí promo, mañana nos vamos!! Al tiempo que sonaron
las palabras de nuestras enamoradas. ¡¡Tengan mucho cuidado, por
favor!! ¡¡Yo te amo mi amor, te amo mucho, quiero casarme contigo y
tener hijitos!!
Creo
que el pueblo cansado e influenciado por la apetencia o influencia de
sus necesidades, en numerosa unión protestaba, ya parecía que nos
esperaba.
Al
llegar a la ciudad, nuestras pisadas firmes y enérgicas, que con un
solo ideal hacía levantar el polvo sediento, donde la palabra oculta
resuena distinta y amenazante, cual sentimientos que nacen cuando nos
fatiga la política.
- Tú
crees promoción; preguntó Alberto.
- Si
promo
y, es más puedo comprender que detrás de este pueblo, de sus voces,
hay corazones sensibles y solitarios, que seguro que luchando como
amor, con sana intención y con el ideal de lograr un progreso unido;
contestó Jorge.
- Te
das cuenta que todo ello da nacimiento de la desconfianza y las
desdichas, repuso Alberto.
- Pero
ellos a veces tienen razón, lo que pasa que detrás de ellos hay
gente malvada, que los motiva a sublevarse en armas, a causar daños,
destrozos, desbandes, a atacarnos sin piedad; como la del
Andahuaylazo, te acuerdas, donde mataron sin piedad a nuestros
colegas, volvió a contestar Jorge.
- Claro
que me acuerdo, son personas mediocres, que incentivan al pueblo con
mentiras y promesas, que ni ellos mismos están seguros que podrán
cumplirlas, dijo Alberto.
- Si
promoción y piensan que de esa manera aman a su prójimo, respondió
Jorge.
- Qué
saben ellos: Amar al prójimo o al pueblo, es reconocerle que
tiene derecho, su destino. Es apreciarlo sin prejuicios ni
condiciones, es valorarlo por ser quien es, no por como tú deseas
que fueran, afirmó críticamente Alberto.
- Tienes
razón respondió Jorge y agregó: Amar al prójimo, es mirar su
humildad con la misma humildad, su cariño con el mismo cariño, su
ternura con la misma ternura; es aceptar con sencillez lo que te
brinda.
- Te
acuerdas como en aquella comisión, que ya no sabíamos que hacer
porque el racho se nos había acabado y fue en ese pueblito al cual
lo llamamos “Paso de los Vientos”, por estar incrustado en plena
grandiosidad de los Andes, que semejaba una puerta al cielo, donde
sólo habitaba una familia compuesta por dos ancianos, un rebaño de
ovejas y guanacos, narraba Alberto.
- Interrumpiendo
Jorge, agregó: Hacía un frío inmenso, creo que si me quedaba allí
ya hubiera muerto. Parecía una refrigeradora. Una anciana entre
quechua y castellano, nos ofreció un plato de sopa de carne de
oveja, a quien en agradecimiento de dejamos treinta soles, lo poco
que podíamos regalarme, además de mi gorra policial, que se la puse
antes de retirarnos, al mirar su rostro pude ver sus lagrimas, porque
sabía que nosotros éramos los únicos del gobierno que habíamos
llegado a su pueblo y que nunca más nos vería.
- Si
promo,
fue allí que comprendí que amar a un ser humano es expresarle el
cariño a través de la mirada, de estrecharle la mano, de abrazarle,
con gestos y sonrisas, regalarle un beso sincero, decirle con
palabras sencillas y claras como el agua cristalina, cuan importante
son, argumentó nuevamente, Alberto.
Por
todas nuestras conversaciones es que nos hicimos más amigos,
congeniábamos y coincidíamos en muchas cosas.
Pero
ese día cuando llegamos a la ciudad, estaba callado, pensativo y a
cada rato miraba el cielo, como quién quiere busca algo. ¿Qué
te pasa cholo, te a dado soroche? A mi no me da soroche, yo también
soy de altura, soy serrano, cholo, el soroche es para los que se
creen superiores. Entonces porqué estás tan pensativo.
- ¿Ves,
qué limpio que está el cielo?
- Tienes
razón y, en las noches debe ser hermoso.
- Creo
que esta vez me quedo, para ver cuan bello es el cielo estrellado,
con una radiante luna.
Claro
que aquel cielo era diferente a la huelga, a las palabras de
protestas. Unas veces reclaman justicia, libertad e igualdad, que son
signos de descontento social, de hambre, pero otras veces demuestran
vandalismo y anarquismo, en fin un sistema decadente. Y fue allí
donde comprendí que el hombre y el amor, es como el lenguaje, que
con el tiempo va cambiando. Pero allí estábamos nosotros, para
cuidar el bien público y privado, el orden público y paz social.
Nosotros
aquel día sólo pensábamos en cumplir nuestro deber. Mirando los
cerros y la turba, que se abalanzaba contra nosotros, decidimos
mantenernos firmes, pensando en lo bueno que podemos hacer. ¿Pero
quién podrá hacer algo bueno por nosotros? Y nuevamente escuché
que mi promoción me dijo; me gusta este cielo!!!
Las
voces de protestas se escuchaban con más fuerza y vigor, nosotros
estábamos a diez metros de distancia de ellos, no estábamos para
impedir su huelga, sino para cuidar y proteger a la sociedad toda,
hasta a los propios huelguistas. Entonces fue cuando mi promoción
Alberto, dijo: Nosotros cuidamos a la sociedad sin distinción de
nada, pero, ¿quién nos protege, quien nos ayuda, quién se acuerda
de nosotros, Dios mío? Tu familia, promoción, tu familia. Aunque
muchas veces sin comprender el por qué se quedan llorando su
dolor y desconsuelo solos, le contesté.
Han
cambiado de estrategia señor, tenemos que cerrarles el paso por
allá, vamos. Todos esperamos tranquilos y pacíficos. La turba en
griterío llegaba cerca de nosotros, se veían las manos levantadas,
sujetando palos, hierros y demás objetos. Y nosotros alertas ante
cualquier movimiento extraño.
He
visto piedras de diferentes tamaños, cuadradas, redondas y
también alargadas, algunas hermosas, pero nunca malditas, pero nunca
he visto, ni quiero volver otra igual, a aquella lanzada por la
mano inhumana y cobarde. Esa piedra no quiero verla jamás. Digo
piedra, porque tienen una razón de ser en la vida del hombre, sirve
para hacer casas, parar hacer cercos, para encaminar el cause de
un río, pero no están hechas para el mal, entonces cómo poder
llamarla piedra maldita, si ella no salta al vació, no piensa. El
maldito es el ser humano, que usas la piedra para asesinar, que en
lugar de tener en el pecho un corazón humano tiene plomo, lleno
de maldad, odio, anarquismo, vandalismos y demás ismos negativos.
La
gente seguí protestando y nosotros vigilándolos, cual madre que
cuida a sus hijos pequeños, para que no hagan destrozos, sin
presagiar que en el cielo Santa Rosita, estaba esperando a mi
promoción, con los brazos abiertos, llenos de amor y ternura, que
sólo ella puede darnos. De pronto vi como un bulto pasó
silbando a un metro de mi cabeza, para estrellarse en el lado
izquierdo de la cabeza de mi promoción, quitándole la vida de
inmediato. Mano maldita aquella que arrojó aquella pierda.
Recuerdo
que todos apuntamos a la turba, que luego de contar nuestras
municiones, solo treinta quedarían en pie, pero no lo hicimos, pues
nosotros no estamos para asesinar, solo para mantener la democracia
el orden y la paz, aunque nos maten, no respondemos con la misma
fuerza, mucho menos con venganza. Pero aquel día ante el postrer
instante de vida mi promoción, cayó una llovizna muy fina y
delicada, tan fina, que acarició el rostro de mi promoción, cual
bendición a su noble, abnegada y sacrificada misión. Creo que fue
el llanto de Santa Rosita, quien entre llanto lo esperarla allá
donde nunca dejará de sonreír.
Al
darnos por vencidos ante la muerte que se llevaba a nuestro hermano,
elevamos todos juntos sendas oraciones. Con las lágrimas cual dos
ríos que surcaban las mejías y caían al suelo, solamente atinamos
a decir: “¡¡¡Hermano Alberto, descansa en paz, eres y serás:
“Un Mártir del Deber”, “Un Caballero de la Ley” y “Un
Defensor del Orden y la Paz”!!! ¡¡¡Seguro descansarás en paz en
los brazos de nuestra Santa Rosita!!!
AUTOR
JOSE AGUILAR GONZALES
SOT1. PNP.