lunes, 8 de junio de 2015

POEMAS Y CUENTOS POLICIALES.

ELEGÍA POLICIAL

Oh...
Policía Nacional,
eres parte de mi vida,
por ti mantengo la llama encendida,
del juramento que un día pronuncié,
cuando joven egresé.
Oh...
Policía Nacional,
los años se van marchado
cual sentimiento fúnebre dejado
por el haber injusto.
Oh...
Policía Nacional,
en tus aulas me formaste
en las calles me puliste
y en tus filas me acariciaste.
Oh...
Policía Nacional,
quién de ti puede olvidarse;
ni el rico, ni el pobre,
si tú les proteges día y noche.
Oh...
Policía Nacional,
con los escasos recursos que tienes,
la historia en sus páginas te registra
como el campeón,
de la lucha contra el crimen.
Oh...
Policía Nacional,
eres infatigable en tu labor,
tu esposa te espera,
tus hijos te extrañan,
ellos, dormirán pensando en ti
y tú, durante tu vigilia pensarás en ellos
mientras cuidas a tu prójimo.
Oh...
Policía Nacional,
cuna de Mariano Santos,
de Caballeros de la ley,
el regresar vivo o muerto,
nunca lo sabrán.
Oh...
Policía Nacional,
cuando la bala enemiga,
nos arrebate tu presencia,
jamás estarás ausente.
Oh...
Policía Nacional,
cómo olvidarme,
de aquellos que en vida estuvieron,
de aquellos que a mi pueblo dieron,
lo más sagrado de su existencia... la vida,
dejando en abandono a esposa e hijos,


GUARDIÁN DE LOS CAMINOS

Soy Guardián de los caminos del Perú,
que con mucha cautela voy vigilando,
por la costa, sierra y selva,
entre el calor, el frío y la lluvia.

A bordo de mi patrullero, voy patrullando,
las alturas, curvas y abismos, no me desalientan,
sólo quiero que mi prójimo viaje seguro,
aunque las amanecidas me consuman
y las inclemencias del tiempo me hagan suspirar.

Tristes historias, suceden en mi servicio;
auxilio a mi prójimo al hospital,
lo acompaño a la iglesia,
lo detengo y custodio a la cárcel,
triste camino tras él al cementerio.

Pero aún, un largo servicio me espera,
por los caminos del Perú,
ruego a Dios y a mi Patrona,
no permita que mi uniforme verdecito,
vuelva a casa color rojito.



HACE VEINTE AÑOS.

Hace veinte años,
en el mes de mayo,
como hoy;
jurando por Dios, Mi Patria y La Ley,
de Policía egresé.

He combatido la maldad humana;
en estos veinte años de servicio,
capturando a rateros y asaltantes,
a terroristas y narcotraficantes.

Por la costa, sierra y selva, he trabajado;
cual Quijote y Sancho Panza,
rogando a Dios y a mi Santa Patrona,
que mi uniforme color verdecito,
no llegue a casa color rojito.

Y hoy, a los veinte años,
al reunirme con mis promociones,
pasar lista decidimos
y por los hermanos caídos,
orar siempre prometimos.

Avanzarán los años de mi servicio policial,
y yo seguiré protegiendo mi sociedad,
alejándome fúnebremente de mi familia
y soñando, soñando,
en el aumento...





CUENTOS POLICIALES:

UN DÍA MALDITO


Un día antes, habíamos salido a pasear, como en criollo se dice a jironear. Se le veía feliz, nos invitó: helados, pollo a la brasa y gaseosa. Siempre hablaba de volver a su tierra natal.
Mañana vamos de comisión promoción, me dijo. A lo cual le contesté, como alguien que guarda en el fondo de su ser una pregunta que no desea hacerla, por mas necesitado que este su saber y solo atiné a contestarle. ¡¡Sí promo, mañana nos vamos!! Al tiempo que sonaron las palabras de nuestras enamoradas. ¡¡Tengan mucho cuidado, por favor!! ¡¡Yo te amo mi amor, te amo mucho, quiero casarme contigo y tener hijitos!!
Creo que el pueblo cansado e influenciado por la apetencia o influencia de sus necesidades, en numerosa unión protestaba, ya parecía que nos esperaba.
Al llegar a la ciudad, nuestras pisadas firmes y enérgicas, que con un solo ideal hacía levantar el polvo sediento, donde la palabra oculta resuena distinta y amenazante, cual sentimientos que nacen cuando nos fatiga la política.
- Tú crees promoción; preguntó Alberto.
- Si promo y, es más puedo comprender que detrás de este pueblo, de sus voces, hay corazones sensibles y solitarios, que seguro que luchando como amor, con sana intención y con el ideal de lograr un progreso unido; contestó Jorge.
- Te das cuenta que todo ello da nacimiento de la desconfianza y las desdichas, repuso Alberto.
- Pero ellos a veces tienen razón, lo que pasa que detrás de ellos hay gente malvada, que los motiva a sublevarse en armas, a causar daños, destrozos, desbandes, a atacarnos sin piedad; como la del Andahuaylazo, te acuerdas, donde mataron sin piedad a nuestros colegas, volvió a contestar Jorge.
- Claro que me acuerdo, son personas mediocres, que incentivan al pueblo con mentiras y promesas, que ni ellos mismos están seguros que podrán cumplirlas, dijo Alberto.
- Si promoción y piensan que de esa manera aman a su prójimo, respondió Jorge.
- Qué saben ellos: Amar al prójimo o al pueblo, es reconocerle que tiene derecho, su destino. Es apreciarlo sin prejuicios ni condiciones, es valorarlo por ser quien es, no por como tú deseas que fueran, afirmó críticamente Alberto.
- Tienes razón respondió Jorge y agregó: Amar al prójimo, es mirar su humildad con la misma humildad, su cariño con el mismo cariño, su ternura con la misma ternura; es aceptar con sencillez lo que te brinda.
- Te acuerdas como en aquella comisión, que ya no sabíamos que hacer porque el racho se nos había acabado y fue en ese pueblito al cual lo llamamos “Paso de los Vientos”, por estar incrustado en plena grandiosidad de los Andes, que semejaba una puerta al cielo, donde sólo habitaba una familia compuesta por dos ancianos, un rebaño de ovejas y guanacos, narraba Alberto.
- Interrumpiendo Jorge, agregó: Hacía un frío inmenso, creo que si me quedaba allí ya hubiera muerto. Parecía una refrigeradora. Una anciana entre quechua y castellano, nos ofreció un plato de sopa de carne de oveja, a quien en agradecimiento de dejamos treinta soles, lo poco que podíamos regalarme, además de mi gorra policial, que se la puse antes de retirarnos, al mirar su rostro pude ver sus lagrimas, porque sabía que nosotros éramos los únicos del gobierno que habíamos llegado a su pueblo y que nunca más nos vería.
- Si promo, fue allí que comprendí que amar a un ser humano es expresarle el cariño a través de la mirada, de estrecharle la mano, de abrazarle, con gestos y sonrisas, regalarle un beso sincero, decirle con palabras sencillas y claras como el agua cristalina, cuan importante son, argumentó nuevamente, Alberto.
Por todas nuestras conversaciones es que nos hicimos más amigos, congeniábamos y coincidíamos en muchas cosas.
Pero ese día cuando llegamos a la ciudad, estaba callado, pensativo y a cada rato miraba el cielo, como quién quiere busca algo. ¿Qué te pasa cholo, te a dado soroche? A mi no me da soroche, yo también soy de altura, soy serrano, cholo, el soroche es para los que se creen superiores. Entonces porqué estás tan pensativo.
- ¿Ves, qué limpio que está el cielo?
- Tienes razón y, en las noches debe ser hermoso.
- Creo que esta vez me quedo, para ver cuan bello es el cielo estrellado, con una radiante luna.
Claro que aquel cielo era diferente a la huelga, a las palabras de protestas. Unas veces reclaman justicia, libertad e igualdad, que son signos de descontento social, de hambre, pero otras veces demuestran vandalismo y anarquismo, en fin un sistema decadente. Y fue allí donde comprendí que el hombre y el amor, es como el lenguaje, que con el tiempo va cambiando. Pero allí estábamos nosotros, para cuidar el bien público y privado, el orden público y paz social.
Nosotros aquel día sólo pensábamos en cumplir nuestro deber. Mirando los cerros y la turba, que se abalanzaba contra nosotros, decidimos mantenernos firmes, pensando en lo bueno que podemos hacer. ¿Pero quién podrá hacer algo bueno por nosotros? Y nuevamente escuché que mi promoción me dijo; me gusta este cielo!!!
Las voces de protestas se escuchaban con más fuerza y vigor, nosotros estábamos a diez metros de distancia de ellos, no estábamos para impedir su huelga, sino para cuidar y proteger a la sociedad toda, hasta a los propios huelguistas. Entonces fue cuando mi promoción Alberto, dijo: Nosotros cuidamos a la sociedad sin distinción de nada, pero, ¿quién nos protege, quien nos ayuda, quién se acuerda de nosotros, Dios mío? Tu familia, promoción, tu familia. Aunque muchas veces sin comprender el por qué se quedan llorando su dolor y desconsuelo solos, le contesté.
Han cambiado de estrategia señor, tenemos que cerrarles el paso por allá, vamos. Todos esperamos tranquilos y pacíficos. La turba en griterío llegaba cerca de nosotros, se veían las manos levantadas, sujetando palos, hierros y demás objetos. Y nosotros alertas ante cualquier movimiento extraño.
He visto piedras de diferentes tamaños, cuadradas, redondas y también alargadas, algunas hermosas, pero nunca malditas, pero nunca he visto, ni quiero volver otra igual, a aquella lanzada por la mano inhumana y cobarde. Esa piedra no quiero verla jamás. Digo piedra, porque tienen una razón de ser en la vida del hombre, sirve para hacer casas, parar hacer cercos, para encaminar el cause de un río, pero no están hechas para el mal, entonces cómo poder llamarla piedra maldita, si ella no salta al vació, no piensa. El maldito es el ser humano, que usas la piedra para asesinar, que en lugar de tener en el pecho un corazón humano tiene plomo, lleno de maldad, odio, anarquismo, vandalismos y demás ismos negativos.
La gente seguí protestando y nosotros vigilándolos, cual madre que cuida a sus hijos pequeños, para que no hagan destrozos, sin presagiar que en el cielo Santa Rosita, estaba esperando a mi promoción, con los brazos abiertos, llenos de amor y ternura, que sólo ella puede darnos. De pronto vi como un bulto pasó silbando a un metro de mi cabeza, para estrellarse en el lado izquierdo de la cabeza de mi promoción, quitándole la vida de inmediato. Mano maldita aquella que arrojó aquella pierda.
Recuerdo que todos apuntamos a la turba, que luego de contar nuestras municiones, solo treinta quedarían en pie, pero no lo hicimos, pues nosotros no estamos para asesinar, solo para mantener la democracia el orden y la paz, aunque nos maten, no respondemos con la misma fuerza, mucho menos con venganza. Pero aquel día ante el postrer instante de vida mi promoción, cayó una llovizna muy fina y delicada, tan fina, que acarició el rostro de mi promoción, cual bendición a su noble, abnegada y sacrificada misión. Creo que fue el llanto de Santa Rosita, quien entre llanto lo esperarla allá donde nunca dejará de sonreír.
Al darnos por vencidos ante la muerte que se llevaba a nuestro hermano, elevamos todos juntos sendas oraciones. Con las lágrimas cual dos ríos que surcaban las mejías y caían al suelo, solamente atinamos a decir: “¡¡¡Hermano Alberto, descansa en paz, eres y serás: “Un Mártir del Deber”, “Un Caballero de la Ley” y “Un Defensor del Orden y la Paz”!!! ¡¡¡Seguro descansarás en paz en los brazos de nuestra Santa Rosita!!!


AUTOR
JOSE AGUILAR GONZALES
SOT1. PNP.

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